Carta pastoral de Monseñor Perraudin – la caridad por encima de todo

Carta pastoral de Monseñor Perraudin

Vicario Apostólico de Kabgayi, para la Cuaresma de 1959

“Super Omnia Caritas’’

El año de la caridad

Queridos Cristianos,

Este año queremos hablaros de la mayor y más necesaria de todas las virtudes: la caridad. Si hemos elegido como lema de nuestro episcopado la exhortación de San Pablo a los Colosenses: “la caridad por encima de todo”, es porque estamos convencidos, con el gran Apóstol, de que es por la práctica generalizada y generosa de esta virtud que se realizará la perfección y la verdadera felicidad de nuestra querida Ruanda, de cada una de sus familias y de cada uno de sus habitantes.

Dios es caridad. El signo de Dios es la caridad: Lo que no se hace según la caridad no se hace según Dios. Sin caridad uno no es realmente cristiano, incluso si está bautizado. No hay para las familias, ni para las sociedades, ni para los pueblos, orden, tranquilidad, justicia y verdadera paz al margen de la caridad.

I.

Las enseñanzas de Nuestro Maestro y Señor Jesús y  de sus Apóstoles sobre la caridad son innumerables, muy claras y extremadamente urgentes. Os exhortamos encarecidamente a releerlos y a reflexionar sobre ellos especialmente durante este año al que nos gustaría poder llamar “el año de la caridad”. Pedimos especialmente a todos, pero con más urgencia a los miembros de Acción Católica, que realicen grandes esfuerzos de caridad durante este año, tanto en las familias como en las relaciones entre individuos y grupos sociales.

El ejemplo de Nuestro Señor.

La primera enseñanza de Jesús es su ejemplo. En el Credo cantamos que  “por nosotros, los hombres, bajó del cielo,  se encarnó y se hizo hombre”. Y vemos en el Evangelio que toda su vida ha sido una vida de caridad y de servicio. La mayoría de sus milagros, si no todos, son milagros de bondad y caridad. Se dice en el Evangelio que la multitud “se abalanzaba sobre él“, para verlo, para escuchar su palabra. Es porque era bueno. Atrajo a todos a Él, incluidos los pecadores, con su caridad y delicadeza.

No hay mayor amor que dar la vida por sus  amigos”. (Jn 15-13). Esto es lo que hizo Jesús para salvarnos. Sufrió por nosotros incomprensibles humillaciones y atroces tormentos, fue azotado, coronado de espinas, herido ignominiosamente como un malhechor, llamado insensato y finalmente levantado sobre la cruz bajo los ojos hinchados de lágrimas de su Santa Madre. “¿Qué más debería haber hecho por ti que no hice?” leemos en los textos litúrgicos del Viernes Santo. No, realmente no podía hacer más.

Y, sin embargo, nos dio una más de esas marcas de amor que sólo Él puede darnos: la Santísima Eucaristía. A través de este admirable Sacramento, Jesús se pone a disposición de los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares. Todos pueden acercarse a Él, recibirlo, en su corazón, alimentarse de Él y así será hasta el fin del mundo. Solo Dios puede conocer y medir la inmensidad y la profundidad de los beneficios logrados por Cristo Jesús presente e inmolado en la Sagrada Eucaristía.

La enseñanza de Cristo.

Habiéndonos dejado tal ejemplo de caridad, Jesús tenía el derecho de darnos, con toda la fuerza de su autoridad sellada con sangre, lo que Él llamó “su mandamiento“: “Este es mi mandamiento: amaos unos a otros como Yo os he amado” (Jn 15,12). Queridos cristianos, podríamos terminar aquí Nuestra carta porque en este mandamiento todo está dicho: “Amaos  unos a otros como yo os he amado“, es decir, hasta el servicio y sacrificio más completo.

Queridos cristianos, pensad detenidamente en esta orden de Nuestro Señor y examinad seriamente vuestra vida para ver si es cierto que amáis a vuestro prójimo como Jesús os amó a vosotros. Qué hermosa sería nuestra Ruanda si todos hubieran comprendido y puesto en práctica este mandamiento de la Caridad. No hay escapatoria: o practicamos la caridad y somos cristianos, o no la practicamos y no somos cristianos. Jesús nos dijo muy claramente: “En esto todos os reconocerán como  discípulos míos, por el amor que os tengáis unos a otros”. La caridad es el gran signo por el que reconoceremos a los elegidos, a los que habrán sido verdaderamente cristianos.

Escuchad este pasaje del Evangelio donde Jesús nos habla del Juicio Final. Después de separar los buenos de los malos, dirá a los buenos: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”. Entonces los justos responderán, diciendo: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te dimos de comer, o con sed y te dimos de beber, forastero y te recibimos, desnudo y te vestimos? ¿Y cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y fuimos a verte?” Respondiendo el Rey, les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. Entonces dirá también a los de su izquierda (a los malvados): «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer, tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recibisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis». Entonces ellos también responderán, diciendo: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o como forastero, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel, y no te servimos?” Él entonces les responderá, diciendo: “En verdad os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de los más pequeños de estos, tampoco a mí lo hicisteis”. E irán estos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna (Mt. 25,34-46).

Esta larga página del Evangelio nos muestra claramente, queridos cristianos, que seremos juzgados según la caridad que hayamos tenido unos con otros, especialmente con los pobres y necesitados. También nos muestra cuál es la base de la caridad. Este fundamento es que todos somos criaturas e hijos del Buen Dios.

Todos estamos llamados a ser parte de su familia participando en la vida de Jesús nuestro hermano mayor. Hacer el bien a un hermano de Jesús es hacerle el bien al mismo Jesús, herir a un hermano de Jesús es herir al mismo Jesús. El Apóstol San Pablo, para explicar la unión de los cristianos en Cristo Jesús y con Él, los compara con los miembros unidos entre sí y con la cabeza en un mismo cuerpo. Los miembros de un mismo cuerpo deben llevarse bien y ayudarse entre sí y no pelearse y separarse. San Pablo también quiere decir que cuando herimos a un miembro de Cristo, un cristiano, herimos al mismo Cristo. Esto es lo que Jesús le dijo en el camino a Damasco. San Pablo perseguía los cristianos. Jesús le dijo: “¿Por qué me persigues?” Desde ese día San Pablo comprendió que los cristianos y Cristo eran una misma cosa y por eso los amó con el mismo amor y la misma entrega.

Todavía podríamos citar muchos otros pasajes de la Sagrada Escritura sobre la caridad. Esto no es posible en una sola carta pastoral. Los buscaréis vosotros mismos y vuestros sacerdotes os ayudarán en ello especialmente durante este año. Aquí, sin embargo, está una de las muchas palabras del amado Apóstol San Juan el Evangelista, sobre la caridad: “Nosotros amemos a Dios, porque Él nos amó primero. Si alguno dice:”Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien a ama a Dios, ame también a su hermano”. (1Jn. 4,19-21).

Queridos cristianos, todo lo que acabamos de decir, citando el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, sus enseñanzas y las de sus Apóstoles, demuestra ampliamente que la caridad es la virtud fundamental y el requisito más imperativo del cristianismo. Pero saberlo y creerlo no es suficiente. Es necesario ponerlo en práctica. Nos gustaría ayudaros en ello en la segunda parte de esta carta, llamando vuestra atención sobre algunos puntos prácticos de la vida diaria, individual, familiar y social.

II.

Creemos que no es ninguna exageración afirmar que  no hay suficiente caridad en nuestra querida Ruanda, ni siquiera entre los cristianos. Cuando decimos esto no queremos menospreciar en modo alguno las magníficas obras realizadas gracias al compromiso y a la caridad de algunos, pero estamos convencidos de que nuestro querido país es capaz de mucho más y queremos mostrarlo con la mayor claridad posible y apoyarlo en sus esfuerzos con nuestras exhortaciones paternales y nuestras fervientes oraciones.

La caridad debe ser interior y sobrenatural.

Lo que queremos deciros en primer lugar es que la caridad debe comenzar en el corazón, en los pensamientos, en la voluntad: debe ser interior. No hay virtud sin ella. También debe ser sobrenatural. Para ser caritativo, por tanto, es necesario pensar bien en los demás, tener estima por los demás y esto sobre todo porque los demás, igual que nosotros mismos, son criaturas e hijos del Buen Dios. El Buen Dios los ama y hace todo lo posible para ayudarlos y salvarlos. Aquellos que en su corazón odian o desprecian al prójimo, aunque sea un enemigo, ya pecan contra la caridad. Aquellos que en su corazón juzgan o sospechan imprudentemente del prójimo, también cometen un pecado contra la caridad, así como aquellos que malinterpretan las intenciones del prójimo, o que albergan en su corazón  ánimo de venganza, sentimientos de envidia y de codicia. Sed caritativos en vuestro corazón, queridos cristianos, porque el corazón es la fuente de todo lo demás. Nuestro Señor ya lo dejó dicho con claridad: “Porque del corazón salen los malos deseos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre. El comer sin lavarse las manos no contamina a nadie.” (Mt. 15,19). Examínense seriamente, queridos cristianos, para ver cuáles son los pensamientos de su corazón hacia su prójimo.

Caridad en las palabras.

Tened mucho cuidado con lo que decís. Podemos hacer mucho bien con buenas palabras, con palabras de buenos consejos, aliento, consuelo, simpatía, respeto y cariño, pero también podemos, lamentablemente, hacer gravemente daño al prójimo, al hablar mal de él, al difundir por todas partes las faltas reales  o supuestas que haya cometido, al sembrar división y discordia, al denigrar con saña las buenas obras de los demás, al destruir su reputación. El Apóstol Santiago nos advierte contra los pecados de la lengua: “Con la lengua bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De la misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, eso no debe ser así.” (Sa. 3,10).

Queridos cristianos, disfrutad mucho hablando entre vosotros en la ocasión de los encuentros, y no hay nada de malo en eso, pero tened cuidado de no ofender a Dios en estas conversaciones al ofender a su prójimo.

Caridad en acción.

No basta con amar al prójimo en su corazón y en sus palabras; es preciso ponerse a su servicio: “Si alguno“, dice el Apóstol San Juan, disfrutando de las riquezas del mundo, ve a su hermano en la necesidad y cierra su corazón, ¿cómo puede habitar en él el amor de Dios? Hijitos, no amemos de palabra ni de boca, sino de verdad y con obras” (1Jn 3,17-18). Queridos cristianos, sabemos que no sois ricos, pero os exhortamos de todo corazón a que hagáis todo lo posible para ayudar a los más pobres que vosotros, especialmente a los enfermos, los discapacitados, los que sufren, los niños huérfanos, la gente abandonada.

Recordáis la parábola del Buen Samaritano, alabado por Nuestro Señor porque se dedicó realmente, dando de su tiempo y dinero, a ayudar al pobre herido por los ladrones (Lucas 10,29 ss.). Hay cristianos que ven a los necesitados y pasan de largo  sin mirarlos ni preocuparse por ellos; incluso hay quienes se ríen de los pobres y de los discapacitados o de los que caen en alguna desgracia. Estos no son verdaderos discípulos de Jesús de quienes San Pedro dijo “Pasó por todas partes haciendo el bien” (Hch 10,38), sanando a los enfermos y consolando a los afligidos.

También os exhortamos, queridos cristianos, a practicar la más pura caridad en vuestras familias, pedimos a los cónyuges separados que vuelvan a vivir juntos en el apoyo mutuo y el amor, pedimos a las familias donde hay enemistad que se reconcilien, sinceramente ante el Señor. Quien no perdona, no puede ser perdonado: se condena a sí mismo recitando el Padrenuestro y diciendo a Dios: “Perdónanos nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Pedimos a padres e hijos que se amen siempre y que nunca caigan en la  desunión cuando surjan dificultades. No hay nada más bello en la tierra que una familia donde reina la caridad.

La caridad es universal.

Queridos cristianos, quisiéramos ahora recalcaros una característica muy importante de la caridad, a saber, que la caridad cristiana debe ser universal. El cristiano no tiene derecho a decir de otro hombre, aunque sea su enemigo: “A ese no lo amo, a ese lo odio”. Esto no significa que debáis amar a todos de la misma manera: es bastante normal y según Dios amar a los de tu familia más que a los forasteros y los desconocidos. Pero uno no puede excluir a nadie de su caridad. El corazón del cristiano debe ser como el de Cristo que ama a todas las personas y dio su vida para salvarlas a todas. Os pedimos, queridos cristianos, que os examinéis seriamente para ver si las cosas son así en nuestra querida Ruanda. Nos parece que en la actualidad existen muchas divisiones no solo entre individuos y familias, sino incluso entre los diferentes grupos sociales que componen el país.

Hay odio entre individuos a veces en la misma familia, hay odio entre familias y en lugar de tratar de apaciguarlos, a veces los cultivamos como una mala hierba que acaba matando al resto; nos juzgamos unos a otros, buscamos la venganza unos sobre otros. Cuando ocurre alguna desgracia, casi siempre culpabilizamos a algún sospechoso y para confirmar nuestros prejuicios acudimos al brujo, ese gran malhechor en medio de la comunidad; luego llegamos al extremo de cometer delitos por venganza. ¿Dónde está el cristianismo en todo eso, queridos cristianos? Os suplicamos que abandonéis esas prácticas que se oponen directamente a la ley cristiana de la caridad y que vienen directamente del diablo, el gran sembrador de enemistades y crímenes. “Sabemos”, nos dice el Apóstol san Juan (1 Jn. 3,14), que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida, y vosotros sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él“.

Aplicaciones a la situación del país.

También hay en nuestra querida Ruanda, como en muchos otros países del mundo, diversos grupos sociales. La distinción entre estos grupos proviene en gran parte de la raza, pero también de otros factores como la fortuna y el rango político o la religión. Hay africanos, europeos y asiáticos. Entre los africanos se encuentran los Batutsi, los Bahutu y los Batwa; hay ricos y pobres; hay pastores y cultivadores; hay comerciantes y artesanos; hay católicos y protestantes, hindúes y musulmanes y todavía hay muchos paganos; están los gobernadores y los gobernados. Por el momento, el problema está especialmente agitado en relación con las diferencias de razas entre los ruandeses.

Esta diversidad de grupos sociales y sobre todo de razas corre el riesgo de degenerar en divisiones desastrosas para todos. Queridos cristianos de Ruanda, apelamos a su sentido común y a su caridad para que Dios nos salve de este peligro.

Estamos seguros de que Nuestra llamada, inspirada únicamente por el amor que tenemos por todos y cada uno de Nuestros hijos, sea cual sea el grupo al que pertenezcáis, encontrará un eco fiel y generoso en vuestros corazones de cristianos. Sin embargo, queremos iluminaros sobre este tema porque en el país se están comenzando a difundir todo tipo de ideas, muchas de las cuales no se ajustan a la enseñanza de la Iglesia.

  • Observemos en primer lugar que realmente en Ruanda existen varias razas claramente caracterizadas, aunque se han producido alianzas entre ellas y no siempre permiten decir a qué raza pertenece cada una de las personas. Esta diversidad de razas en un mismo país es un hecho normal contra el que no podemos hacer nada. Heredamos un pasado que no dependía de nosotros. Entonces aceptemos ser varias razas juntas y tratemos de entendernos y amarnos como hermanos de un mismo país.
  • Todas las razas son igualmente respetables y adorables ante Dios. Cada raza tiene sus cualidades y sus defectos. Además, nadie puede elegir nacer en un grupo en lugar de en otro. Por tanto, es injusto y contrario a la caridad acusar a alguien de pertenecer a tal o cual raza y, sobre todo, despreciarlo por razón de su raza. Incluso la solución puramente natural es que las personas pertenecientes a diferentes razas se lleven bien y se armonicen, especialmente si, por las casualidades de la historia, conviven en el mismo territorio.
  • Desde el punto de vista cristiano, sin embargo, las diferencias raciales deben fundirse en la unidad superior de la Comunión de los Santos. Los cristianos, sea cual sea la raza a la que pertenezcan, son más que hermanos entre sí: participan de la misma vida en Cristo Jesús y tienen el mismo Padre que está en los cielos. Quien reza el Padre Nuestro excluyendo de su afecto a un hombre de raza distinta a la suya, ese no invocará realmente al Padre que está en los cielos y no será escuchado. No hay una Iglesia por raza. Existe sólo la Iglesia Católica en la que, como dice el Apóstol San Pablo, “no hay Judío ni Griego, no hay esclavo ni hombre libre … porque todos sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3,28). Por tanto, la Iglesia no es para una raza más que para otra, la Iglesia es para todas las razas, a las que abraza con igual amor y servicio.
  • En nuestra Ruanda, las diferencias y desigualdades sociales están ligadas en gran medida a las diferencias raciales, en el sentido de que la riqueza por un lado y el poder político e incluso judicial por el otro, están de hecho en una proporción considerable entre manos de personas de una misma raza. Este estado de cosas es el legado de un pasado que no tenemos que juzgar. Pero lo cierto es que esta situación de facto ya no cumple con los estándares de una organización sana de la sociedad ruandesa y plantea problemas delicados e inevitables a los responsables de los asuntos públicos.
  • Como obispo, representante de la Iglesia cuyo papel es sobrenatural, no tenemos que dar ni siquiera proponer soluciones técnicas a estos problemas, sino que nos corresponde recordar la ley divina de la justicia social y la caridad a todos aquellos, autoridades encargadas o promotores de movimientos políticos, a los les incumbe encontrar esas soluciones.
  • Esta ley exige que las instituciones de un país sean tales que aseguren realmente a todos sus habitantes y a todos los grupos sociales legítimos, los mismos derechos fundamentales y las mismas posibilidades de ascensión humana y participación en los asuntos públicos. Las instituciones que consagren un régimen de privilegios, favoritismo y proteccionismo, ya sea para los individuos o para los grupos sociales, no estarían en conformidad con la moral cristiana.
  • La moral cristiana exige también que las funciones públicas se confíen a hombres capaces y honrados, preocupados sobre todo por el bien de la Comunidad de la que son representantes. Sería contrario a la justicia social y a la caridad social encomendar a alguien una responsabilidad pública en consideración de su raza o su fortuna, o de los lazos de  amistad, sin tener en cuenta sobre todo sus capacidades y virtudes.
  • La moral cristiana exige de la autoridad que esté al servicio de toda la comunidad y no sólo de un grupo, y que se adhiera con particular dedicación y por todos los medios posibles al progreso y al desarrollo cultural, social y económico de la masa de la población.
  • La Iglesia está en contra de la lucha de clases, ya sea que el origen de estas clases sea la riqueza o la raza o cualquier otro factor, pero admite que una clase social luche por sus intereses por medios honestos, por ejemplo, agrupándose en asociaciones. El odio, el desprecio, el espíritu de división y desunión, la mentira y la calumnia son medios de lucha deshonestos y severamente condenados por Dios. No escuchéis, queridos cristianos, a los que, con el pretexto de su adhesión a un grupo, predican el odio y el desprecio por otro grupo.
  • Para que sean legítimos, los Grupos Sociales u otros, deben, no sólo por medios honestos, perseguir su propio bien y el de sus miembros, sino también luchar por la unión con otras clases y subordinar la búsqueda de su propio bien particular al Bien Común de todo el país.
  • Este Bien Común no puede, en definitiva, consistir en una lucha encarnizada, sino en una colaboración real y fraterna, que conlleve una distribución más justa y caritativa de bienes, responsabilidades y funciones. Los católicos, principalmente los responsables de los asuntos públicos y los que encabezan grupos sociales, deben reunirse y reflexionar juntos sobre los problemas a los que se enfrenta el país para encontrar soluciones válidas para todos e inspirados en la doctrina social de La Iglesia.
  • Queremos volver a citar esta frase de un sabio: “¿Quid leges sine moribus? ¿De qué sirven las leyes sin moral?” En la comunidad humana, las leyes, las instituciones, las reformas sociales o políticas sólo obtendrán los resultados esperados si se apoyan en una reforma de las costumbres y en un generoso esfuerzo de virtud.
  • Ningún orden social sólido, ninguna verdadera civilización humana puede construirse sin una sumisión franca y cordial a la ley de Dios especificada en el Evangelio y predicada incesantemente por la Iglesia y su Magisterio vivo.
  • Por último, hacemos un llamamiento a todos los hombres de buena voluntad y en particular a nuestros cristianos y catecúmenos, sea cual sea el grupo al que pertenezcan, para que no sólo escuchen y reflexionen sobre estas enseñanzas, sino también para que las practiquen con valentía en su propia vida y se esfuercen en hacerlas conocer en la Comunidad de la que son Miembros.

Conclusión.

Queridos cristianos: Terminamos esta larga carta repitiéndoos el precepto del Señor “Amaos los unos a los otros”, porque es el resumen de la ley cristiana, como dice admirablemente el Apóstol San Pablo en la Epístola a los Romanos: “Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues él que ama al prójimo, ha cumplido la ley. En efecto, lo de: “No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás”, y todos los demás se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud” (Rom. 13,8-10).

Oremos todos juntos, queridos cristianos, y con perseverancia, a lo largo de este año, para que la caridad se extienda por todo el país y penetre hasta el fondo de los corazones. Es una gran gracia la que pedimos, pero agrada tanto a Dios nuestro Padre que nos la concederá con prontitud.

Que la Virgen María, invocada como “Madre del amor hermoso“, interceda por todos nosotros para que seamos dóciles al más grande y más hermoso de los mandamientos que nos dejó su divino Hijo Jesús.

Queridos cristianos, os damos nuestra paternal bendición.

+ A. Perraudin
Vic. Ap. de Kabgayi
Kabgayi el 11 de febrero de 1959.